Los problemas de salud derivados de los riesgos profesionales y ambientales son especialmente graves en los países en desa- rrollo, donde es menos probable que se apliquen métodos ya consolidados de control de los peligros a causa del limitado conocimiento de su existencia, la poca prioridad política concedida a las cuestiones de salud y medio ambiente, la escasez de recursos o la falta de sistemas adecuados de gestión de la salud ambiental y en el lugar de trabajo. En muchos lugares del mundo, la falta de recursos humanos con una formación adecuada representa un importante obstáculo para el control de los peligros de origen ambiental. Se ha documentado que los países en desarrollo padecen una grave escasez de expertos en salud en el trabajo (Noweir 1986). En 1985 un comité de expertos de la OMS llegó también a la conclusión de que había una necesidad urgente de personal capacitado en cuestiones de salud ambiental; y en el Programa 21, la estrategia internacio- nalmente acordada que adoptó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Naciones Unidas 1993), se identifica la capacitación (“creación de capacidad” nacional) como un elemento clave para la promoción de la salud humana por medio del desarrollo sostenible. Cuando los recursos son limitados, no es viable capacitar a un grupo de personas para que se ocupe de las cuestiones de salud en el lugar de trabajo y a otro grupo distinto para que aborde los peligros existentes más allá de las puertas de la fábrica.
Incluso en los países desarrollados se observa una tendencia clara a una utilización más eficiente de los recursos formando y empleando a profesionales en “salud en el trabajo y salud ambiental”. En la actualidad, las empresas deben buscar el modo de gestionar su actividad con lógica y eficiencia dentro de su marco empresarial de obligaciones, legislación y política financiera. Una forma de conseguir ese objetivo es combinar en un mismo ámbito la salud en el trabajo y la salud ambiental.
Al diseñar los lugares de trabajo y decidir la estrategias de control en materia de higiene industrial se han de tener en cuenta cuestiones ambientales de carácter general. Sustituir una sustancia por otra que no sea tan tóxica puede tener sentido desde el punto de vista de la salud en el trabajo, pero si esa nueva sustancia no es biodegradable o daña la capa de ozono no será una solución adecuada para controlar la exposición —lo único que se haría es trasladar el problema a otro sitio. El empleo de los clorofluorocarbonos, que hoy se utilizan mucho como refrigerantes en lugar del amoníaco, sustancia más peli- grosa, es el ejemplo clásico de lo que hoy sabemos que fue una
sustitución inadecuada desde el punto de vista ambiental. Así pues, al vincular la salud en el trabajo y la salud ambiental se reduce el riesgo de adoptar decisiones erróneas en materia de control de las exposiciones.
Del mismo modo que la comprensión de los efectos sobre la salud de diversas exposiciones perjudiciales ha partido muchas veces del lugar de trabajo, el efecto sobre la salud pública de las exposiciones ambientales a esos mismos agentes ha constituido un importante factor de estímulo para la limpieza tanto en el lugar de trabajo como en la comunidad de su entorno. Por ejemplo, el descubrimiento de elevados niveles de plomo en la sangre de los trabajadores por un higienista industrial en una fundición de plomo en Bahía, Brasil, llevó a que se investigara la presencia de plomo en la sangre de los niños de zonas residen- ciales próximas. La comprobación de que los niños también presentaban elevados niveles de plomo contribuyó considerable- mente a que la empresa adoptara medidas para reducir las expo- siciones en el lugar de trabajo así como las emisiones de plomo de la fábrica (Nogueira 1987), aunque las exposiciones profesio- nales siguen siendo notablemente más altas de lo que toleraría la comunidad general.
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