En los países en desarrollo, la industria tiende a ser menos eficiente que en los desarrollados. Esa falta de eficiencia es un problema crónico de las economías en desarrollo, que refleja la falta de capacitación de los recursos humanos, el coste de la importación del equipo y la tecnología y el inevitable despilfarro que se produce cuando algunas partes de la economía están más desarrolladas que otras.
Esa ineficacia se debe también en parte a la necesidad de recurrir a tecnologías anticuadas que pueden obtenerse con faci- lidad, que no requieren una licencia muy cara o que no tienen un coste de utilización alto. Esas tecnologías suelen ser más contaminantes que las tecnologías de punta de que dispone la industria de los países desarrollados. Un ejemplo es la industria de la refrigeración, en que se utilizan clorofluorocarbonos (CFC) como refrigerantes químicos por ser mucho más baratos que las demás opciones, a pesar de que estas sustancias contribuyen en gran medida a agotar el ozono de la parte alta de la atmósfera y con ello a reducir la protección de la tierra frente a la radiación ultravioleta; algunos países eran muy reacios a aceptar la prohi- bición del uso de los CFC porque les resultaría económicamente imposible fabricar y adquirir frigoríficos. La solución evidente es la transferencia de tecnología, pero las empresas de los países más adelantados que han desarrollado esa tecnología o que poseen su licencia son lógicamente reacias a compartirla. Y son reacias porque se han gastado sus propios recursos en desarrollar la tecnología, porque desean conservar la ventaja adquirida en sus mercados y porque sólo pueden obtener un rendimiento utilizando o vendiendo la tecnología durante el tiempo limitado de la patente.
Otro problema al que se enfrentan los países en desarrollo es la falta de conocimientos especializados sobre los efectos de la contaminación, los métodos de vigilancia y la tecnología de control de la misma, así como la escasa sensibilización al respecto. En los países en desarrollo hay relativamente pocos expertos de campo, en parte porque, aunque las necesidades son en realidad mayores, hay menos puestos de trabajo y un mercado más restringido para sus servicios. Como el mercado para los equipos y servicios de control de la contaminación puede ser reducido, es posible que haya que importar conoci- mientos especializados y tecnología, con el consiguiente incre- mento de costes. Es posible también que los directivos y supervisores de la industria no sean conscientes del problema o lo sean en muy pequeña medida. Aun cuando un ingeniero, un directivo o un supervisor de la industria sea consciente de que una operación es contaminante, le puede resultar difícil convencer a otras personas de la empresa, a sus jefes o a los
propietarios de que existe un problema que ha de resolverse.
En la mayoría de los países en desarrollo, la industria está compitiendo en el extremo inferior de los mercados internacio- nales, lo que significa que sus productos son competitivos por su precio y no por su calidad o por sus características especiales. Por ejemplo, son muy pocos los países en desarrollo que están especializados en la producción de acero de muy alta calidad para instrumentos quirúrgicos o maquinaria de precisión. Fabrican acero de calidades inferiores para la construcción y la industria manufacturera porque el mercado es mucho mayor, porque necesitan muchos menos conocimientos técnicos especia- lizados para producirlo y porque pueden competir en precio siempre que la calidad sea aceptable. El control de la contami- nación reduce la ventaja de precio incrementando los costes aparentes de la producción sin mejorar el producto o las ventas. El problema básico que se plantea en los países en desarrollo es cómo equilibrar esa realidad económica con la necesidad de proteger a sus ciudadanos, la integridad de su medio ambiente y su futuro, en el entendimiento de que una vez alcanzado el desarrollo los costes serán aún más elevados y el daño puede ser permanente.
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