Los modelos mentales que los usuarios construyen de los sistemas que utilizan reflejan la forma en que reciben y entienden estos sistemas. Es por esto que los modelos pueden variar dependiendo de los conocimientos y experiencia de los usuarios (Hutchins 1989). Con el fin de minimizar la curva de aprendizaje y facilitar el uso del sistema, el modelo conceptual en el que se basa un sistema debería ser similar a la representación mental que tiene el usuario de dicho sistema. Es necesario reconocer, sin embargo, que estos dos modelos nunca son idénticos. El modelo mental se caracteriza por el hecho de que es personal (Rich 1983), incompleto, variable entre distintas partes del sistema, posiblemente equivocado en algunos puntos y en constante evolución. Su papel en las tareas rutinarias es secundario, pero resulta esencial en las tareas no rutinarias y durante el diagnóstico de problemas (Young 1981). En estos últimos casos, los usuarios no pueden trabajar correctamente si no cuentan con un modelo mental adecuado. El reto para los diseñadores de interfaces es diseñar sistemas cuya interacción con los usuarios induzcan a estos últimos a formar modelos mentales similares al modelo conceptual del sistema.
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