lunes, 27 de enero de 2014

Enfermedades infecciosas

En Brasil, la malaria ha alcanzado recientemente proporciones epidémicas como consecuencia de los asentamientos masivos y la perturbación ambiental de la cuenca del Amazonas. En gran parte controlada durante el decenio de 1960, la malaria explotó 20 años después, con 560.000 casos notificados en 1988, de los cuales 500.000 sólo en el Amazonas (Kingman l989). La epidemia fue consecuencia en gran parte de la afluencia de muchas personas poco o nada inmunizadas contra la malaria, que vivían en improvisados refugios y llevaban poca ropa protec- tora. Pero fue también resultado de su acción perturbadora sobre el medio ambiente del bosque higrofítico, al dejar por donde pasaban charcas de agua estancada —derivadas de la construc- ción de carreteras, de las escorrentías con sedimentos producto del desmonte de tierras y de la minería de superficie— en las que el Anopheles darlingi, que es el principal vector de la malaria en la zona, podía multiplicarse sin control (Kingman l989).
La historia de las “nuevas” enfermedades víricas puede contener valiosas claves para comprender los efectos de la destrucción del hábitat sobre los seres humanos. La fiebre hemo- rrágica argentina, por ejemplo, que es una dolorosa enfermedad vírica que tiene una mortalidad de entre el 3 % y el 15 %
(Sanford 1991), viene produciéndose con proporciones de epidemia desde 1958 como resultado del desmonte generalizado de las pampas del centro del país y de la plantación de maíz
(Kingman l989).
De estas nuevas enfermedades víricas, la que ha tenido mayor repercusión sobre la salud humana y que puede ser un presagio de futuros brotes víricos es el SIDA, producido por el virus de inmunodeficiencia humana, en sus dos tipos, el VIH-1 y el VIH-2. Se está de acuerdo en general en que la actual epidemia de SIDA tuvo su origen en primates no humanos de Africa, que han actuado como huéspedes y reservorios naturales y asintomá- ticos para una familia de virus que producen inmunodeficiencia
(Allan l992). Existen suficientes pruebas genéticas de la exis- tencia de vinculaciones entre el VIH-1 y un virus que produce inmunodeficiencia en chimpancés africanos (Huet y Cheynier l990) y entre el VIH-2 y otro virus de unos monos afri- canos del género Cercocebus (Hirsch y Olmsted l989; Gao y Yue l992). ¿Son esas transmisiones víricas entre especies, de los primates a los humanos, el resultado de la invasión humana de entornos forestales degradados? Si así fuera, podríamos estar asistiendo con el SIDA al inicio de una serie de epidemias víricas originadas en los bosques higrofíticos tropicales, en los que puede haber miles de virus capaces de infectar a los humanos, algunos de los cuales podrían ser tan mortales como el SIDA
(mortalidad de alrededor del 100 %), pero extenderse con más facilidad, por ejemplo, a través de las gotitas de agua transpor- tadas por el aire. Esas enfermedades víricas potenciales podrían convertirse en la más grave consecuencia sobre la salud pública de la perturbación ambiental de los bosques higrofíticos.

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